Tras una inesperada etapa de desmotivación, reaparezco con discursos sobre asuntos de rigurosa actualidad que, de menor o mayor medida, han sacudido nuestras mentes y nos han hecho reflexionar, al menos, unos cuantos minutos. Escribo, de esta manera, con una resaca ya nostálgica del movimiento 15-M y trastornado ante las pasadas matanzas de Noruega.
Para comenzar, quiero mostrar mi profunda enhorabuena a todos aquellos jóvenes de mi generación que este año se han estrenado como votantes. A partir de ahora, todos juntos pasamos a formar parte de la escena política de nuestro país, eligiendo, con más o menos éxito, a aquel grupo de personas que pondrán en práctica una serie de valores e intereses de los que seremos, supuestamente, beneficiarios. La gran mayoría de nosotros se acerca a los colegios electorales con una sonrisa de oreja a oreja, sintiéndonos responsables. Pero, ahí está la palabra clave, el sentimiento trampa: la responsabilidad. ¿Somos realmente responsables por el simple hecho de votar?
La respuesta la obtenemos cada uno de nosotros, y su eje principal viene dado al entender que votar no es un derecho útil si no llevamos a cabo su deber previo. Votar es elegir, y para decidirse entre varias alternativas es necesario conocerlas en la mayor cantidad posible. Pues, dicho esto, sólo resta afirmar que la gran mayoría de mis jóvenes contemporáneos eligen a los candidatos políticos basándose en patrones tan válidos como pueden ser los comentarios familiares o el color de las papeletas propagandísticas.
Al parecer, y sin que quepa duda, cuando una democracia llega a una etapa estable y rutinaria los ciudadanos pierden la ilusión por cuidarla. De esta manera, el votante medio se decanta por los grandes partidos sin conocer ni si quiera el manifiesto de los mismos, y, el verdadero interés político queda reducido a las ambiciones de grupos extremistas, curiosamente, anti-democráticos.
No obstante, minorías de jóvenes de hogaño nos matiene esperanzados, garantizándonos que el espíritu democrático sigue vivo en multitud de mentes inquietas. Como prueba de ello tenemos las juventudes de cientos de partidos políticos europeos. Agrupaciones como las del Partido Laborista en Noruega, que el pasado fin de semana veía coartadas sus libertades en la isla de Utoya.
Estos jóvenes emprendedores de la política socialdemócrata, conformando la famosa excepción que confirma la regla, fueron recompensados con la moneda equivocada, muriendo cruelmente por responder a sus juveniles convicciones políticas.
Foto publicada por el diario El País tras el rescate de los jóvenes supervivientes a la matanza en la isla de Utoya |